SATANISMO Y MASONERÍA
Marie Joseph Jogand-Pagès
(1854-1907), usó en sus fraudes los pseudónimos de Léo Taxil, Paul
de Régis, Adolphe Ricoux, Samuel Paul Rosen y Doctor Bataille |
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Uno de los casos más
grotescos de la dura polémica entre la Iglesia católica y la masonería
a finales del siglo pasado, y que dio origen a la leyenda del
satanismo en la masonería, es el de Leo Taxil, francés, cuyo verdadero
nombre era Gabriel Jogang Pagés, nacido en 1854 en Marsella. A los 19
años comenzó su doble carrera de periodista y fumista. Llegó a
movilizar varias chalupas con más de un centenar de soldados armados
de arpones para buscar los tiburones que infestaban la rada de
Marsella. Numerosos pescadores habían dirigido cartas angustiosas a
las autoridades de la zona. Poco después se supo que los tiburones
sólo existían en la imaginación de Léo Taxil, que era quien había
escrito todas las cartas. Por esas fechas estaba de redactor en un
periódico sensacionalista La
Marotte que acababa de ser
prohibido por delito contra las buenas costumbres. Más tarde, Taxil,
condenado a ocho años de prisión, logró huir a Ginebra, donde
reincidió. Las sociedades de eruditos y de arqueología de toda Europa
recibieron la sorprendente noticia de que las ruinas de una ciudad
romana aparecían bajo las aguas del lago Leman. Una vez más Léo Taxil
se había vuelto a reír de la opinión pública.
Aprovechándose de una
amnistía, Léo Taxil volvió a Francia y se manifestó como un gran
anticlerical. Extraordinariamente prolijo acumuló una gran fortuna con
títulos como «Pío IX ante la
Historia, su vida política y
pontifical; sus vicios, sus ídolos, sus crímenes», etc.
Leo Taxil, después de haber
pertenecido durante un breve tiempo a la masonería (de la que
precisamente fue expulsado), causó enorme sensación en 1885, cuando
aparentó su conversión y vuelta a la Iglesia católica. Decidió hacer
de la masonería un gran y lucrativo negocio. Con ese fin publicó toda
una serie de libros antimasónicos. El primero llevaba por título
Los Hermanos Tres Puntos. Revelaciones completas sobre
la Masonería
[París, 1885]. En este y en los siguientes libros: El culto del
Gran Arquitecto, Las Hermanas masonas,
La Francmasonería desvelada y
explicada, El Vaticano y
los masones, Los asesinatos masónicos, La leyenda de Pío
IX masón, etc., puso sobre el tapete las más absurdas patrañas,
que acompañaba de pasajes tomados de los verdaderos rituales
masónicos. Ya en los Tres Hermanos Puntos lanzó la idea de que
los masones practicaban el culto del diablo. En el libro Las
Hermanas Masonas describe el «culto del demonio», llamado
Palladismo, inventándose orgías en las que Lucifer era venerado
como el Príncipe. Además se debía adorar a Satanás, representado en
forma de Baphonet, un ídolo con patas de cabra, pechos de mujer y alas
de murciélago. El punto culminante consistía en la profanación de
hostias robadas previamente.
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Fantasías de los libros de
Leo Taxil |
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Una gran parte de los
periódicos católicos del tiempo llenaron diariamente columnas enteras
con estas revelaciones. El propio Papa León XIII llegó a recibir al
«converso» en una audiencia especial.
Negocio floreciente:
Pronto tuvo Taxil numerosos
discípulos. Uno de ellos, el doctor Bataille que en realidad era un
alemán llamado Hacks que escribió una voluminosa novela titulada El
diablo en el siglo XIX o los misterios del espiritismo.
La Masonería luciferina
[París, 1892]. El italiano Domenico Margiotta que publicó El culto
de la Naturaleza en la
Masonería universal [Bruselas,
1895]. Jules Doinel, más conocido por J. Kotska, escribió Lucifer
desenmascarado [París, 1895]. Estampez-Jannet publicó La mano
del diablo o la
Masonería [Avignon, 1885].
Un alto eclesiástico, monseñor Armand-Joseph Fava, obispo de Grenoble,
también se afilió a los discípulos de Taxil, escribiendo El secreto
de la Masonería
[Lille, 1885]. El negocio floreció y los escritos de Taxil, Hacks,
Margiotta, etc., encontraron venta rápida. En concreto, de Los
Hermanos Tres Puntos, en poco tiempo se vendieron hasta 100.000
ejemplares.
El arzobispo
y jesuita francés Léon
Meurin escribió un importante y truculento libro,
La Francmasonería, Sinagoga de Satán
[París, 1893], que se apoya como toda autoridad en Taxil, y que
incomprensiblemente fue traducido al castellano en 1957 por Mauricio
Carlavilla. Lo titula Filosofía de
la Masonería
[Madrid, 1957], y su continuación Simbolismo de
la Masonería,
para llegar a la conclusión de que la Masonería es la continuación de
todo el satanismo pre y post cristiano, movilizado para destruir el
Cristianismo.
Fantasía
de Taxil |
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Parodia de tenida masónica (1757)
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La Masonería luciferina del Dr.
Bataille (París, 1892) |
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Diana Vaughan, la «noble señora»:
El punto culminante del
«fraude» Taxil alcanzó auténtico vértigo cuando Taxil y sus amigos
inventaron una segunda criatura femenina, la Palladista Diana Vaughan,
que se suponía era hija del demonio Bitrú, con sus Memorias de una
Palladista [Paris, 1895-97], cuenta cómo fue consagrada a Satán al
ser recibida en una logia donde fue posesionada por el diablo Asmodeus.
Fue tal la psicosis, que La
Civiltà Cattolica, órgano
oficioso del Vaticano, elogió a «la noble señora» y a los «otros
esforzados combatientes». De todas partes llegaron a Diana Vaughan
entusiastas cartas, y como hizo un donativo el cardenal Parochi, de
Roma, para la celebración de un Congreso antimasónico, éste le envió
de parte del Papa su bendición apostólica.
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Fraudes de
Taxil; la Palladista Diana Vaughan,
supuesta hija del demonio Bitrú |
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En 1896 tuvo lugar en Trento
el esperado con gran pasión Congreso Antimasónico. Se reunieron no
menos de 36 obispos, 50 delegados episcopales y otros 700 delegados.
En el centro del Congreso estuvo el asunto de Diana Vaughan. Pronto se
manifestaron dos direcciones opuestas. Por un lado los alemanes que ya
se habían repuesto del embuste de Taxil, y por otro la gran mayoría
que estaban de buena fe al lado de Vaughan y Taxil. El mismo Taxil,
recibido con grandes aplausos, intervino en el debate, adjudicándose
un gran triunfo cuando sacó del bolsillo una «fotografía» de Diana
Vaughan.
El lunes de Pascua de 1897, Taxil había convocado una gran asamblea en la sala de la Sociedad
Geográfica de Paris, en la que tendría lugar una conferencia sobre el
culto palladista. Pero Taxil aprovechó la concurrencia para comunicar
que había conseguido la más grandiosa mixtificación, pues Diana
Vaughan jamás había existido y había estado engañando a la Iglesia
católica desde hacía doce años de un modo formidable. No pocos
escritores se hicieron eco del affaire Taxil. Algunos títulos
son elocuentes: El fin de una mixtificación; Léo Taxil, el
rey de los fumistas; Las imposturas de Léo Taxil; La más
grande mixtificación antimasónica, etc.
Engaña, que algo queda:
Algunos círculos
antimasónicos, en especial franceses, resentidos ante el triste
desenlace del caso Taxil, intentaron buscar una solución que
contrarrestara la impresión causada en los ambientes intelectuales.
Entonces dieron un nuevo enfoque a su lucha antimasónica que quedó
centrada no ya contra la masonería satánica, sino contra la masonería
política, cultural y social, fundándose una serie de organizaciones
antimasónicas como la que patrocinaba la Revista Internacional
de las Sociedades Secretas,
o la Revista Antimasónica,
o Los Cuadernos del Orden.
Extractado de: José
A. Ferrer Benimeli (Universidad de Zaragoza), El contubernio judeo-masónico-comunista,
Madrid, 1982, pp. 31-133.
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